Salla (se pronuncia Sal-la) es uno de esos lugares que no se ven, pero que aparece en los mapas cuando lo buscas. El típico nombre, escrito en pequeño, que se escapa a nuestros ojos atraídos por letras más grandes que indican poblaciones mayores.
Un pueblo también con su historia, un viaje a la profundidad de Laponia, un rincón que después de la Segunda Guerra Mundial, al igual que toda Finlandia, supo rehacer su día a día hasta llegar a lo que es hoy: un municipio de granjeros con una estación de esquí alpino, 160 kilómetros de pistas de esquí de fondo (43 km iluminados) y la posibilidad de realizar todas las actividades típicas, tanto de invierno como de verano, en un ambiente tranquilo y sin aglomeraciones. Un lugar perfecto para familias y cualquier alma que busque el sosiego.
SALLA NO TAN ALLÁ
A pesar de su eslogan «en medio de la nada«, Salla esta muy bien comunicado -a unos 150 kilómetros del aeropuerto de Rovaniemi (menos de 2 horas). La sensación de «la nada» que podemos tener se debe a la baja densidad del municipio ya que viven 0,65 habitantes por kilómetro cuadrado en un territorio de 5.000 y pico de kilómetros cuadrados (valga la redundancia).
UNOS DÍAS EN SALLA
La primer vez que fui a Salla me pareció un lugar solitario. Llegamos de noche (en invierno a las 14:30 ya es de noche) y directos fuimos a nuestra cabaña. El complejo de cabañas donde nos alojamos tiene un régimen de hotel, los desayunos y las cenas se sirven en un gran restaurante donde se encuentra la recepción y un pequeño bar donde a veces hay algún grupo actuando en directo. Este bar se llena de gente local sobre todo los fines de semana.
Fuera del recinto, el pueblo parecía desierto. Tan solo algunos niños, acompañados de sus padres, se aplicaban en su técnica con el trineo, lanzándose cual tobogán por los montones arrinconados de nieve acumulada por las maquinas que limpian las calles y carreteras. De tanto en cuanto se podía ver a alguien haciendo footing y incluso alguna familia arrastrando a su bebé sentado en un trineo. ¡Quisiera ser niño para poder viajar así!
A pocos minutos de nuestra cabaña se encuentra la estación de esquí, así que paseando nos dirigimos hacia allí. A medida que nos íbamos acercando ya se veía más gente, además las potentes luces de la estación no solo iluminaban las pistas sino que reflejaban de tal manera los alrededores que imaginaba el resplandor del Sol estallando en el horizonte.
La vida en Salla es así, sencilla, relajante, para quien guste triturarse el cuerpo a base de ejercicio o bien para el que no. Calles tranquilas, prácticamente vacías pero con puntos muy determinados donde seguro hallaremos un buen ambiente.
En Salla, por un lado encontramos a mucha gente con una rutina diaria muy clara: esquiar, comer, dormir, esquiar. Y por otro, muchas familias con niños realizando todo tipo de actividades, emocionados por el hecho de estar en el país de Papá Noel y sorprendidos de lo bien que se soportan las bajas temperaturas invernales de Laponia.
Salla se hace querer, es un lugar encantador con ambiente familiar. Son muchas las personas del pueblo que están involucradas en el turismo y son ellas quienes, tal vez sin querer, aportar ese toque autentico de Laponia con su amabilidad y su inconfundible imagen de gente del bosque.